La Biblia nos cuenta en el capítulo 2 del Evangelio de Lucas acerca de un grupo pastores que habían decidido pasar una noche en el campo cuidando de sus rebaños. De repente un ser angelical aparece, una luz resplandece sin igual a otra y un temor los inunda de pies a cabeza. Se escuchan las palabras gloriosas: “No tengan miedo. Les traigo buenas noticias. Hoy ha nacido el Salvador”. ¡Seguidamente un coro angelical irrumpe en canto! “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad!” Estos pastores, aun sorprendidos dicen: “¡Vamos a Belén a ver esto que ha pasado!”. ¿Qué podrían ir pensando estos pastores en el camino a conocer a el Salvador?
La Biblia nos sigue contando que cuando llegaron, encontraron al niño acostado en un pesebre, tal cual como se los había indicado el ángel; pero hay un detalle que no debemos ignorar, María, José y Jesús no estaban solos. El versículo 18 dice: “Y cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían.” (Lucas 2:18). Habían más personas escuchando la historia de los pastores y su encuentro sobre natural con los ángeles. Habían más personas que habían llegado a adorar al Rey. Es probable que entre estos estaban unos sabios, de los cuales nos cuenta el Evangelio de Mateo (Mateo 2:1-12). Podemos usar nuestra imaginación para pensar quiénes más estaban ahí, ¿y por qué no?, pensar estaba un jovencito con un tambor. Este tamborilero se había topado a los pastores en su camino hacia Belén, quienes aún sorprendidos, no podían callarse contando todo lo que habían visto y escuchado de parte de los ángeles.
Ellos llevaban regalos en su zurrón, una bolsa grande de piel o de cuero que se llevaba colgada al hombro y servía para meter y llevar cosas generalmente cuando se iba al campo. Pero, ¿qué llevaba este jovencito? Él también quería llevarle un regalo al Rey. En su pobreza, no tenía nada más que su viejo tambor, con un ronco acento. Durante todo el camino hacia Belén, fue marcando el paso de los pastores al ritmo de su tambor. Al llegar y ver al niño, el Salvador, en un pesebre, no hizo más que darle todo lo que tenía, con pasión, entrega y amor. ¿Cuánto celebró y adoró este jovencito, por que Dios le sonrió?
Cuando llegamos a la presencia del Señor, ¿le estamos dando todo lo que tenemos, aun pensando que no sea suficiente? En estas fechas en las que recordamos que Dios caminó entre nosotros en la persona de Jesús, entreguémoste todo lo que tenemos. No hay nada mejor que recibir su sonrisa de Padre.