Un gran teólogo llamado J.I. Packer define la adoración de la siguiente manera: “Adorar es honrar y glorificar a Dios con gratitud de corazón. Es ofrecerle de vuelta a Él todos los buenos dones y todo el conocimiento de su gracia y de su grandeza, que Él mismo nos ha dado. Se trata de alabarle por quién Él es, darle gracias por lo que Él ha hecho y desear que Él obtenga más gloria mediante nuestros actos.”
Si, mientras lo adoramos a través de la música, nos recordamos unos a otros que ese Dios al que adoramos, honramos, glorificamos y alabamos es el creador del cielo, la tierra y de todo lo que hay en ellos, tendremos muchas razones para adorarle con gratitud de corazón. Más aun sabiendo que Dios no es un “ser” lejano, sino que a través de Jesucristo se ha acercado a nosotros, y por su sacrificio en la cruz ha abierto un camino para tener comunión con Él. Además, nos ha dejado su Espíritu habitando en nuestro corazón, el consolador (Juan 16:7).
Al ser tan bondadoso, prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo si cumplimos su misión (Mateo 28:18-19) y fiel es el que hizo la promesa (Hebreos 10:23). Por si fuera poco, nos llama sus amados (Juan 15:9) y sus amigos, ya que dio su vida por nosotros (Juan 15:13-15) todo esto, por gracia (Efesios 2:8-10). Su amor es eterno, y si aceptamos por fe su Evangelio en nuestros corazones, seremos suyos por siempre, y Él sera nuestro Dios. ¡Qué asombroso! ¡Son incontables las razones para amarlo! Que Cristo sea nuestra canción, y con sus promesas, el ancla de nuestro ser en medio de tormentas.